A finales del siglo XIX los restos del imperio español, tras
la independencia de la mayor parte del imperio a comienzos del siglo (1824),
estaban dispersos por el globo: Cuba, Puerto Rico, Filipinas y otros
archipiélagos del Pacífico, así como las posesiones en el norte de África y
golfo de Guinea.
La Restauración coincide cronológicamente con la Época del
Imperialismo (1875-1914). En el nuevo orden mundial lo que determinaba el poder
de una nación era su nivel tecnológico que dependía del desarrollo industrial.
España, debido a su retraso industrializador, contaba con escasos recursos y
con una marina débil por lo que jugaba un papel secundario en Europa. No estaba
integrada en ninguno de los dos bloques antagónicos formados por las grandes
potencias imperialistas (Francia e Inglaterra frente a la Alemania de Bismarck)
ya que Cánovas había llevado a cabo una prudente política exterior de
“recogimiento” a fin de mantener al país neutral y evitar conflictos. El
problema era si sin respaldos internacionales se podrían salvaguardar las
colonias.
Los antecedentes de la cuestión cubana
La Paz de Zanjón puso fin a la guerra de los Diez Años
(1868-78), primera insurrección independentista cubana, pero no acabó con los
conflictos en la isla, que dieron lugar a la llamada Guerra Chiquita
(1879-1880).
Los problemas entre Cuba y España eran fundamentalmente
económicos. Cuba era la colonia más importante porque los beneficios del
mercado cubano equilibraban el déficit comercial crónico. Era un mercado reservado
para los productos españoles, en régimen de monopolio, pero esto perjudicaba a
los comerciantes cubanos, ya que España no podía absorber toda la producción de
la isla - café, tabaco y sobretodo azúcar de la que Cuba era la primera
productora mundial- ni surtirles todos los bienes manufacturados que
necesitaban. El proteccionismo hacia muy caro el comercio con Estados Unidos, a
donde se exportaban más del 90% de la producción.
Por ello surgieron tensiones políticas. El Partido Unión
Constitucional, formado por la oligarquía española latifundista, que obtenía
jugosos beneficios de la venta de café, azúcar y tabaco, era partidario del
proteccionismo y se negaba ferozmente a la autonomía, equivalente para él a
separatismo. El Partido Liberal, integrado por criollos ricos y clases medias
cubanas, defendía la autonomía pero vio fracasar el proyecto de autonomía
limitada de Maura (1893) por la intransigencia de los conservadores.
En 1892 José Martí, exiliado en Estados Unidos, fundó el
Partido Revolucionario Cubano, que pedía la independencia y se extendió entre
los criollos y las clases medias y populares isleñas.
El inicio de la guerra de independencia en Cuba y Filipinas:
La guerra por la independencia se inició en febrero de 1895
con el Grito de Baire. Martí y el general Máximo Gómez redactaron el Manifiesto
de Montecristi (República Dominicana). Al morir Martí en una emboscada fue
sustituido por el general Antonio Maceo.
El gobierno conservador de Cánovas envió como capitán
general a Martínez Campos, con más de 200.000 soldados dispuesto a negociar, y
si no fuera posible, a aplastar la rebelión por la fuerza. La guerra fue muy
dura debido a las condiciones geográficas, al clima y a las pésimas condiciones
de vida de los soldados, que sucumbían ante las enfermedades tropicales (tifus,
malaria, fiebre amarilla). El ejército fracasó porque las guerrillas rebeldes
estaban apoyadas por la mayoría de la población civil y contaban con ayuda
militar de los Estados Unidos.
Martínez Campos dimitió y fue sustituido por el general
Weyler, un hombre de hierro, que buscaba vencer sin negociar, partidario de la
guerra total. Recurrió a medidas impopulares como la destrucción de cosechas y
ganados y la reclusión de la población cubana en aldeas fortificadas,
auténticos campos de concentración, con duras condiciones de vida. Su actuación
provocó una oleada de protestas internacionales, especialmente en Estados
Unidos donde la prensa sensacionalista levantó a la opinión pública contra
España. El presidente republicano McKinley propuso comprar la isla pero el
gobierno español lo rechazó.
En las islas Filipinas, ricas en tabaco y azúcar y con
enorme presencia de las órdenes religiosas católicas, estalló también la
insurrección en 1896 dirigida por Aguinaldo, debido a la ausencia de reformas.
La sociedad secreta, Katipunam, pedía la independencia. El gobierno español
envío al general Polavieja, que ejecutó a José Rizal, líder independentista de
la Liga Filipina y firmó la paz con los rebeldes en 1897.
La guerra hispano-norteamericana (1898)
Tras el asesinato de Cánovas en 1897, los liberales subieron
al poder. Sagasta destituyó a Weyler y concedió la autonomía a Cuba. Pero ya
era tarde.
El pretexto de los Estados Unidos para declarar la guerra a
España fue la voladura el 15 de febrero de 1898 del acorazado Maine, fondeado
en el puerto de La Habana en visita de buena voluntad. Las causas de la
explosión aún se desconocen, probablemente se trató de un accidente fortuito
que costó la vida de 266 marinos estadounidenses. MacKinley amenaza con la
intervención si España no abandona Cuba y propone otra vez las compra de la
isla, que de nuevo es rechazada.
La comisión americana que investigaba el hundimiento del
Maine decidió que la voladura había sido una provocación española. El
presidente MacKinley declaró la guerra a España el 25 de abril de 1898, con un
ultimátum en que exigía la renuncia española a Cuba en el plazo de tres días.
La opinión pública norteamericana clamaba por la guerra
debido a una furibunda campaña periodística antiespañola de los periódicos
sensacionalistas rivales de Pulitzer y Hearst. La mayoría de los españoles
también estaba a favor de la guerra, jaleada por la prensa que se mostró muy
belicista, desconocedora del poder real de los Estados Unidos. Pero los
militares y los políticos sabían que les esperaba la derrota. Republicanos,
socialistas y anarquistas eran los únicos en contra. Los partidos dinásticos
estaban convencidos de que el abandono de las colonias traería consigo la caída
de la monarquía y prefirieron salvarla a sabiendas de que se exponían a una
derrota segura. El gobierno español buscó ayudas internacionales desesperadamente,
pero las potencias europeas se inhibieron.
La guerra tuvo dos escenarios. En Filipinas la escuadra del
comodoro Dewey destrozó a la flota española en Cavite. Tras el desembarco de
expedicionarios norteamericanos, Manila capituló el 14 de agosto. En el frente
antillano, la escuadra del almirante Cervera quedó bloqueada en Santiago de
Cuba por la flota americana. Mientras tanto los americanos desembarcaron en
Guantánamo y en Puerto Rico pese a que allí no había levantamientos. El 3 de
julio de 1898 el gobierno español ordenó a la flota salir para romper el
bloqueo y fue destrozada. Cervera fue hecho prisionero. España firmó un
armisticio, por el que aceptaba evacuar Cuba y Puerto Rico.
La vencida España fue obligada a aceptar las condiciones de
Estados Unidos y firmó el Tratado de París de 10 de diciembre de 1898. Fue el
fin del Imperio español:
España perdió Cuba
que era declarada independiente, pero quedó bajo la “protección provisional” de
Estados Unidos. En 1902 la enmienda Platt a la nueva constitución cubana
concedía a los Estados Unidos el derecho a intervenir en los asuntos internos
de la nueva república, enmascarando su soberanía sobre la isla.
España cedió a
Estados Unidos Puerto Rico, la isla de Guam y Filipinas a cambio de una indemnización
de 20 millones de dólares.
A España sólo le
quedaban las archipiélagos de las Marianas, las Carolinas y Palaos, en el
Pacífico, que fueron vendidas a Alemania en 1899 por 20 millones de marcos.
Repercusiones del desastre del 98
La pérdida de las colonias fue conocida como el desastre del
98 y dejó a España humillada y relegada a un papel secundario sin importancia
en el contexto internacional.
Consecuencias
demográficas: el desastre del 98 costó la vida a más de 200.000 soldados la mayoría
de las clases populares reclutados por el sistema de quintas. Otros muchos
fueron repatriados mutilados o enfermos, a los que no se les pagó ni atendió,
con lo que creció el antimilitarismo popular.
Consecuencias
económicas: la pérdida de los mercados coloniales hizo subir los
precios, lo que afectó a los más humildes produciéndose motines de
subsistencia. Se agravó la crisis de la industria algodonera catalana, pero se
repatriaron muchos capitales que fueron invertidos en la economía peninsular.
Consecuencias
políticas: Se desató inmediatamente una polémica sobre las
responsabilidades; algunos periódicos acusaron a los militares del desastre -
pese a que las tropas españolas perdieron por estar muy dispersas y mal
abastecidas, además de por inferioridad técnica- lo que hizo crecer el
resentimiento de los militares contra los políticos, que los habían utilizado.
El sistema de la Restauración se mantuvo pero surgió una corriente crítica que
lo consideraba viciado y enfermo, el Regeneracionismo, que defendía la
necesidad de renovación y modernización de la vida política, económica y social
del país. Entre sus representantes destacan Joaquín Costa y Lucas Mallada.
Pesimistas ante el “malestar de España” tras la derrota, proponían la necesidad
de reformas políticas, educativas y culturales para mejorar la situación
(“despensa y escuela”). Encontraron eco entre amplios sectores de las clases
medias. Los viejos políticos dinásticos se apuntaron a la regeneración y el
régimen se recuperó, aunque se reforzaron los nacionalismos periféricos y
aumentó la crítica de los movimientos obreros.
Consecuencias
ideológicas: El desastre dejó a España sin pulso y provocó una
crisis de la conciencia nacional, una intensa conmoción moral, un movimiento de
impotencia, humillación y pesimismo que marcó la obra de los intelectuales de
la llamada Generación del 98, como Unamuno, Azorín, Machado y Ganivet.
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